Un cop aixecat l’estat d’alarma, diferents centres mèdics acreditats per a la Interrupció Voluntària de l’Embaràs (IVE) denuncien la presència de grups anti-drets que increpen a les dones davant les clíniques per evitar que avortin. Aquesta activitat, que les clíniques denominen “de fustigament” s’incrementa amb campanyes com “40 dies per la vida”, una iniciativa nascuda als Estats Units que proposa concentracions de 9.00 h a 21.00 h per resar “per la fi de l’avortament”.
L’assetjament a les clíniques és una vulneració clara dels Drets Humans de les dones, i compta amb la màniga ampla de les institucions. El respecte absolut al marc de Drets Humans és una obligació per a les institucions, ja que són precisament aquestes les garants del compliment.
España, principios de marzo del 2020. Las feministas de todo el país se preparan para celebrar otro 8 de marzo multitudinario y esperan una huelga muy concurrida. Sus luchas se han convertido en un ejemplo internacional y tienen hasta representantes dentro del gobierno. El 7 de marzo, otra organización de mujeres, Women of the World, organiza una concentración alternativa en Madrid bajo el lema “Mujeres + Hombres, Sumando ganamos”. La apoyan varias organizaciones ultraconservadoras. Al mismo tiempo, en varias partes del territorio, grupos como HazteOír y Vox se movilizan a favor del llamado “pin parental”. Marquesinas de autobuses llaman a denunciar el “adoctrinamiento de género” en las calles de Madrid y un evento congrega a miles de personas en Murcia el 29 de febrero.
Era el mundo de ayer, el de antes del 15 de marzo del 2020, cuando España entró en pandemia. Un mundo en el que feministas y anti-géneros se disputaban, donde las izquierdas competían entre ellas para ser mas feministas y las derechas no dudaban en entonar lemas de extrema derecha. De un día al otro cambió el debate público. Se suspendieron la CSW y las sesiones sobre Derechos Humanos en Naciones Unidas, se prohibieron las manifestaciones, las reuniones políticas y los actos religiosos. Se multiplicaron los webinarios y la vida floreció en la red. El mundo entró en un gran parón…
No obstante, si el mundo se ralentizó, sería un error asumir que se interrumpieron las campañas anti-género. Es verdad que se modificaron sus modalidades en algún lugar y se cancelaron acciones específicas. Pero, después de un breve momento de vacilación, este combate siguió su rumbo. Dos factores contribuyen a esta situación sorprendente en comparación con otros movimientos sociales. Por un lado, en muchos países, las campañas anti-género ya no se llevan a cabo solamente desde la calle, sino también desde dentro del propio Estado y se han convertido en políticas públicas nacionales, regionales y locales. Por otro lado, los actores anti-género han demostrado sus habilidades en el uso de Internet, sea para relacionarse entre ellos, fomentar campañas, recoger firmas o acosar a actores oponentes.
Además, esta movilización encontró menos oposición, ya que los grupos progresistas estaban gestionando nuevas prioridades impuestas por el confinamiento, como el aumento de la violencia de género, el acceso a los derechos sexuales y reproductivos, o la conciliación entre la vida familiar y el teletrabajo.
Desde marzo, las declaraciones de algunos dignitarios religiosos y políticos fueron recibidas a gritos. Por ejemplo, en marzo, el arzobispo católico de la diócesis polaca de Szczecin-Kamień exhortó a sus fieles a no temer el agua bendita en sus frentes. Según el purpurado, Satán quedaría indefenso ante los poderes del líquido sagrado y, a diferencia de los poderosos, Dios no vacila frente al virus. El arzobispo de Częstochowa afirmó por su lado que el coronavirus no sería más que otro tipo de gripe, enfatizando que la humanidad está enfrentándose a peligros más graves como la ideología de género. Este noviembre, el presidente brasileño Jair Bolsonaro declaró que Brasil tenía que dejar de ser un “país de maricas” cuando quiso denunciar la atención política y mediática a la crisis del coronavirus. Sin embargo, estas declaraciones atronadoras no deben esconder las estrategias desplegadas por actores anti-género para seguir con su activismo. Estas van en tres direcciones, que parecen contradictorias a primera vista pero se pueden combinar en algunos casos y permiten a estos actores seguir con su labor en contextos distintos.
Hoy más que nunca, no se puede prever el futuro. Nadie sabe cuándo se acabará la pandemia, ni cuales serán sus consecuencias a medio o largo plazo. Pero, frente a tanta incertidumbre, ya se puede pronosticar que no se neutralizarán las campañas anti-género. Al contrario, seguirán bien vivas después de la pandemia. Se puede incluso temer que salgan reforzadas por las políticas adoptadas para combatir la propagación del virus. En muchos países, se imaginan medidas de prevención pensadas ante todo para la clase media, personas con parejas y familias nucleares tradicionales. Esperamos que el mundo de después no conduzca, como en otros momentos de crisis, a una restauración del orden heteronormativo, que solo reforzará las voces conservadoras más beligerantes.
[1] Eric Fassin, “Sens commun”, La Revue nouvelle, n° 5, 2020, p. 80-84.
David Paternotte. Université libre de Bruxelles.
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